Relato erótico: Ella y yo (capítulo 2)

martes, 16 de mayo de 2017
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—  Esta niñata de Lía se deja hacer de todo, la gilipollas. Me tiene harta.


Me levanté de la cama. Estaba dolorida por el sexo, pero no pensaba quedarme en casa.
Me enfundé los pantalones negros, un  chaleco de cuero, sin nada más debajo, y la chupa. Lista para arrasar, salí de casa.


— Todavía no sé cómo Lía no se ha dado cuenta de lo de la moto.


Me subí a la Harley, y fui en busca de acción. Llegué al garito de siempre, me acerqué a la barra y pedí una cerveza.


— Vamos a ver que se cuece por aquí —  me dije a mi misma mientras exploraba las caras y los cuerpos del local.


Y la vi. Una morena, rellenita, guapa y sonriente. Llevaba días trabajándomela. Se llamaba Regina y se parecía tanto a ella.


—  Hola guapa —  dije acercándome por detrás.
— ¡Hey! ¿Cómo estás? — me diijo mientras me daba un pico.
— Pues buscándote, bombón. Ya sabes que me gustas mucho —  le contesté acercándome más.


Regina me abrazó metiendo su muslo entre mis piernas.


—  Tú también me gustas mucho —  me susurró al oído.
— ¿Has venido sola? — pregunté pegando mis labios a su cuello.


Ella gimió ligeramente, y asintió contestando así a mi pregunta.


— Esperaba que hoy me acompañaras a casa —  dijo con voz sugerente.
— ¿Y si no hubiera venido? — le dije sonriendo.
— Me dijiste que vendrías y que te gustaría darme algo más que cuatro besos — me contestó agarrándome del culo.


Ya la tenía. Creía que me costaría más porque  siempre estaba con sus amigas y, aunque nos habíamos enrollado un par de veces, no parecía que yo le gustase pero, por fin, me la había ganado.


— ¿Quieres... que nos vayamos ya y nos tomamos algo en mi casa? —  pregunté.
— Creí que nunca me lo pedirías.


Salimos de allí cogidas de la mano y, en poco más de quince minutos, estábamos besándonos como locas en el ascensor de mi edificio. Abrí la puerta de casa, empujándola por el pasillo hasta la habitación. La desnudé rápida, salvajemente, y la empujé contra la cama.


— Espero que te guste esto.
— Duro, salvaje, caliente... Me encanta — contestó jadeando.


Sonreí con superioridad. Me quité la ropa, abalanzándome sobre ella, besándola bruscamente. Debajo del colchón, tenía escondidas unas cuerdas de bondage. "No entiendo como Lía no las ha encontrado", me dije a mi misma.


La obligué a ponerse de rodillas, atándole las muñecas a la espalda. La agarré del cuello y la besé fuerte. Ella no dejaba de jadear y gemir.


— Túmbate bocabajo —  le dije.


Regina no se lo pensó. Se tumbó en la cama como le indiqué, abriendo las piernas para mí. Su coño estaba húmedo, dispuesto. Me puse tras ella, acariciándote el culo. Le pegué una palmada con fuerza y gimió. Le gustaba, así que le volví a pegar.


— Date la vuelta —  le ordené.
— Me encanta lo que me estás haciendo.
— Tranquila, todavía hay más —  le dije sonriendo.


No me lo pensé y acaricie sus pechos, consiguiendo que los pezones se le endurecieran. Me gustó lo rápido que se excitaba, así que, pellizqué el duro apéndice y estiré retorciéndolo.


— ¡Dios! —  gritó Regina.
— ¿Te gusta?
— Sí — gimió.


Bajé poco a poco por su cuerpo, besando y mordiendo toda su piel. Sintiendo como se movía debajo de mí. Levanté sus rodillas y las abrí con fuerza, hundiendo mi boca en su sexo caliente. Gritó cuando notó mi lengua paseando por su clítoris. Si seguía moviéndose así, se correría demasiado rápido, y quería hacerle más cosas. Me levanté, mirándole a los ojos.


— No pares ahora — me suplicó.
— Regina, tengo más cosas para ti.
— ¿Qué cosas? — me dijo sonriendo con picardía.


Bajé de la cama y abrí el armario. En un doble fondo tenía dos arneses. Uno sin correas que tenía dos lados, uno más pequeño que tenía que introducir dentro de mí, y el otro más largo para poder penetrar a la otra persona. El otro arnés era clásico con correas. Le enseñé a la morena mis juguetes sonriendo.


— ¿Los dos? — me preguntó extasiada.
— Si tú quieres.


Asintió sonriendo y, como todavía estaba atada, la ayudé a ponerse como yo quería, de rodillas y con la cara contra la almohada. Se abría para mí. Me puse el arnés sin correas y me coloqué detrás de ella. Le pase la palma de la mano por su resbaladizo sexo, Regina estaba completamente empapada así que, sin pensármelo demasiado, la penetré.


— Joder que bien.


Empecé a moverme con fuerza, empujando cada vez más rápido. Agarré el bote de lubricante, echando un buen chorro sobre su culo. Cogí el otro arnés y lo masajeé con el líquido para que fuera más fácil. No me lo puse porque pensaba sacarlo justo antes de que se corriera.


— ¿Estás lista? — pregunté poniendo la punta del dildo en la estrecha apertura.
— Si, hazlo. Hazlo ya.


Empujé con fuerza y entró. Su culo lo aceptó sin problemas. Ella lo había hecho antes. Gimió fuerte. Sabía que estaba disfrutando, comenzando a mover las caderas rítmicamente, metiéndole el juguete anal cada vez más profundo y más duro. Regina no paraba de menearse. Estaba apunto de llegar, lo notaba.


— ¡Me corro! — gritó cuando llegaba al orgasmo.
— ¡ Si! — dije yo sacando el dildo de su estrechez sin dejar de empujar con mis caderas.


Se estaba corriendo escandalosamente cuando la ahogué con la correa del arnés. Apreté fuerte, ella no se podía mover. Se dio cuenta que no podía respirar, intentando zafarse, pero no podía con las manos atadas. Seguí apretando hasta que escuche el crack de su laringe. Dejó de moverse y yo tuve un maravilloso orgasmo.


Comprobé su pulso. Estaba muerta. Desenrollé las correas de su cuello, saqué el arnés de su sexo, y me lo quité con cuidado. Desaté sus manos y me vestí con un chándal negro.
Metí su cadáver en la bañera, enjaboné su cuerpo, le lavé el pelo, la sequé, la vestí y la peine.


— Estás preciosa — le dije al cuerpo inerte. — Regina, será mejor que nos vayamos antes de que entres en rigor mortis, y no pueda moverte.


Salí por la puerta cargándola en brazos. Si alguien me veía, pensaría que mi amiga estaba pedo. La cogí como si fuera un saco y la metí en el ascensor. Cuando llegué al portal me alegré de ver la silla de ruedas del abuelo del quinto. A las 4:27 a.m, después de haber pasado por dos intersecciones y no haberme encontrado con nadie, empujaba el carrito calle abajo. La última vez tuve que fingir que mi "novia" estaba súper colocada. Vi un contenedor gris de los de residuos orgánicos.

— ¿Eres orgánica? ¡Claro que lo eres! — le dije sonriendo y, sin más, la metí dentro. Me fui tranquilamente empujando la silla para dejarla donde estaba. Subí a mi piso, me duché y me eché a dormir después de esconder mis juguetitos.


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Escrito por Nika

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