Relato: "Dudas, mentiras y tópicos: Carol y Vero" (Capítulo 7)

martes, 20 de septiembre de 2016
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Ana entró en el bar riéndose. Estaba agarrada a un vaso de cerveza. Bebiendo a sorbos pequeños, mientras buscaba a Carolina por el local. Surcaba a diferentes personas por el recinto intentando encontrar a su amiga. Hasta que la vislumbró. Lo hizo con absoluta nitidez.

Ana vio de lejos como Carolina se apoyaba en la barra, nerviosa y expectante. Julia estaba justo enfrente de ella acariciándole el lóbulo de la oreja. Carolina no parecía nada incómoda con el gesto, tampoco parecía alegre ni ilusionada, pero se estaba dejando arrastrar por el momento. Ver aquello enfureció a Ana al instante.

Ana quiso gritar a su amiga desde su sitio. La irá se apoderó de ella y sintió la necesidad de lanzarle un zapato a Carolina para evitar un desastre mayor. Pero no lo hizo. Se quedó tan decepcionada con lo que estaba viendo que fue incapaz de reaccionar. ¿Cómo era posible que Carolina estuviera cayendo en las redes de Julia, otra vez? ¿Es que acaso no había aprendido nada en todo este tiempo? Estaba claro que no. Para Carolina todos esos meses de miseria parecían haberse esfumado repentinamente.

Verónica entro en el bar diez segundos después. No estaba previsto que ella estuviera ahí. De hecho ni si quiera iba a salir esa noche. Si Verónica hubiera seguido el plan que tenía trazado, ahora mismo estaría tumbada en el sofá de su casa cenando una pizza. No estaría en un bar del Carmen, a medio arreglar, a punto de ser víctima del vaticinio. Pero fue incapaz de decirle que no a Ana. Se sintió en la obligación de tomarse una copa con ella.  Después de todo hacía mucho tiempo que no se veían.
Lo cierto es que aquello no le apetecía nada. Se había hecho la idea de ver una película y disfrutar de un momento de soledad. Pero su falta de asertividad la había traído ahí. A pocos centímetro de la puerta del local.

- ¿Pero que te pasa? ¿Por qué nos hemos parado en medio de…

Verónica no llego a formular su frase. No le hizo falta. Bastó con un simple vistazo al fondo del local para hallar la respuesta que estaba buscando.

Observó la escena sin desviar la mirada a pesar de notar que le costaba respirar. Aguantó como pudo sin saber muy bien por qué miraba algo que le hacía tanto daño.. Lo hizo sin pestañear. Notando los latidos de su corazón en estereo. Oyó como su pulso se aceleraba mientras Carolina cerraba los ojos. Sintió la acidez de su estomago de una forma efervescente cuando las manos de Julia bajaron por la espalda de Carolina. Ancló sus ojos en ellas como si se tratara de una pesadilla o una broma pesada.

Verónica se quedo en trance. No dio crédito a lo que vio a pesar de estar delante de ellas. Ni si quiera supo que sentir. Sólo supo coserse a la verdad como una ojeadora sin permiso. Lo hizo durante un intervalo de tiempo que le pareció una eternidad.  Hasta que los ojos de Carolina se posaron sobre los suyos.

La miró desde la distancia con miedo. Ese miedo que se advierte en los ojos de alguien cuando sabe que ya no hay marcha atrás. Fue una mirada de tan solo un segundo pero para ambas, aquella línea de visión significó mucho más.

- ¡Verónica espera! – gritó Carolina.

Pero Verónica no esperó. No podía. Estaba demasiado dolida. Sentía demasiadas cosas para un solo ser humano. Verónica quería salir de allí. Quería hundir todas sus emociones y llorar de verdad. Desde dentro. Con bocanadas de aire que llegan desde las entrañas tras una pausa larga de silencio.

Carolina siguió a Verónica hasta la calle. La siguió gritando su nombre, pero Verónica parecía no oír, parecía estar completamente ida.

- ¡Verónica espera! – volvió a gritar Carolina con exasperación.

Verónica se paró exhausta. Se giró con lágrimas en los ojos meneando la cabeza.

- Lo que has visto no significa nada. No ha pasado nada Vero.

Carolina se acercó a Verónica, algo dubitativa, acortando el espacio que había entre ellas.

- Si no ha pasado nada, ¿por qué has salido a buscarme? – dijo Verónica impidiendo que Carolina se acercara más.

Carolina calló y bajó la cabeza un poco confundida. No sabía muy bien que había pasado en el bar pero no quería que Verónica se fuera. Por lo menos no así.

- No había visto a Julia desde que rompimos, Vero. Todo ha pasado muy rápido…
- De eso estoy segura.
- Tú no lo entiendes, Vero.
- Pues explícamelo.

Carolina quiso empezar a hablar. Quiso contarle a Verónica lo insignificante que había sido aquel momento en el bar. Quiso creérselo y decírselo, pero no pudo. No sabía que quería.

- Ya veo…– dijo Verónica alzando la voz pausadamente.

Verónica hizo una mueca y dio media vuelta para emprender su marcha.

- Espera Verónica, no te vayas.
- ¿Y para que iba a quedarme? Ya no hay nada que decir. Está todo clarísimo.
- No, no lo está…Yo no quería que esto pasara. De verdad… Es sólo que ha sido demasiado. Y ahora mismo no sé que pensar sobre nada.
- Ya…
- Lo siento mucho, Vero. Todo esto es culpa mía.

Verónica titubeo antes de hablar. Arrastró el silencio todo lo que pudo. Lo hizo con la esperanza de no decir lo que no que no quería admitir. Pero ya no lo podía alargar más. El tiempo le estaba jugando una mala pasada y los hechos la estaban impulsando a sincerarse en el momento más inoportuno.

- Si alguien tiene la culpa de lo que ha pasado hoy, soy yo. – admitió Verónica.
- No digas eso, Vero. Eso no tiene ningún sentido.

Carol se quedó perpleja mirando a Verónica. Se quedó intrincada sin entender del todo, lo que Verónica quería decir.

- Yo siempre fui consciente de lo que podía pasar. Lo fui, y aún así me empeñé en conocerte. Supongo que tenía la esperanza de que las cosas evolucionaran de otra forma. No así.
No entiendo nada de lo que estás diciendo, Vero.
- Hay algo que necesitas saber. Algo que he querido contarte desde que nos vimos aquella primera noche, en el teatro.

Verónica cogió aire y se acercó a Carolina algo nerviosa. Se secó las lágrimas que caían por su cara y empezó a hablar.

Todo empezó una tarde de agosto. Un sábado catorce previo a un concierto. Aquel sábado no era un sábado especialmente singular. Verónica había seguido sus habituales rituales de preparación antes de llegar al auditorio. Había descansado, dormido profundamente y ensayado hasta la obsesión el Requiem de Fauré.
Verónica no estaba nerviosa. Se conocía la partitura de memoria. La había estudiado más de mil veces en sus ratos libres. En algunas ocasiones hasta con un violín imaginario y los ojos cerrados. Conocía todos los matices de aquella obra. Los que le tocaba interpretar a ella y los que cedía al resto de músicos.
Se cambió en los vestuarios del Palau de la música, sin mediar palabra con nadie. Se peinó y maquilló minuciosamente, repasando mentalmente las notas más delicadas que a veces se le atragantaban. Cerró los ojos atándose los cordones, mientras el Pie Jesus sonaba en su cabeza.
Con el pelo recogido en una cola de caballo salió hacia el auditorio. Llevaba el violín en su mano izquierda y el arco en la derecha. Respiró profundamente antes de poner un pie en el escenario y se adentró sin vacilar.
Fue hacia su  asiento como muchas otras veces, plenamente concentrada en lo que debía hacer. Encontró su silla justo al lado de la de Ana. Le hizo un gesto con la cabeza y le dedicó una amplia sonrisa.
Al tomar asiento y probar su instrumento, hizo algo que nunca había hecho al comprobar la afinación de su violín, se distrajo observando al público. Verónica ladeo mínimanente la cabeza hacia su derecha. Lo suficiente para advertir la presencia de una mujer saludando con insistencia. La mujer hacia gestos compulsivos a su amiga Ana sin importarle que su comportamiento resultara del todo inadecuado.
Verónica no pudo evitar sonreír ante la obstinación de aquella extraña. Parecía una niña intentado captar la atención de alguien importante, sin miedo a ser regañada o descubierta. Y lo consiguió. Atrajo la atención de Ana como se había propuesto y la curiosidad de Verónica sin pretenderlo.
 Aquella fue la primera vez que Verónica vio a Carolina. Allí, en mitad de la sala Iturbi del Palau de la música. No supo muy bien por qué, pero la imagen de aquella chica alta, rubia y esbelta, la hipnotizó por completo.
La observó como se observa una obra de arte que se descubre por primera vez. Completamente atrapada por los colores y formas que se ven sobre un lienzo. Verónica se enamoró de Carolina en ese preciso instante. No le hizo falta ninguna información racional para vivir esa verdad como una certeza. Simplemente lo supo, igual que se sabe que hace calor y ha llegado el verano. Porque allí sentada en su silla afinando su violín, se sintió conectada a esa mujer.
A pesar de los nervios que sintió por dentro, Verónica consiguió sobrevivir al concierto. No fue su mejor actuación, pero le dio igual. Para ella fue como si tocara ese concierto para Carolina. Aunque ella no la conociera y ni siquiera fuera consciente de su existencia en el mundo.
A partir de aquel día, Verónica quiso saberlo todo acerca de ella. Fue sutil en su recopilación. Recavó información sobre Carolina sin mostrar un interés aparente. Como si preguntara por un vecino o por un desconocido cualquiera. Pero fue insistente. Verónica preguntó minuciosamente a Ana, sin que se notara mínimamente lo mucho que estaba interesada en ella. Y Ana habló. Se lo contó todo. Todo lo que quiso saber y lo que no se había imaginado.
Así supo que Carolina tenía pareja. Como otros cien mil detalles pequeños que cosecho con cariño. Detalles de su pequeña extraña que le divertían y emocionaban por ser de ella.
Verónica vivió la relación de Carolina y Julia de cerca. La acompañó en su noviazgo desde el mayor de los anonimatos, sintiéndose en parte feliz por verla enamorada y entregada con alguien que parecía quererla de la forma que ella se merecía ser amada.
Le dolió el día que Julia se fue y Carolina se quedó destrozada llorando en mitad de la calle. Ana tuvo que ir a buscarla bajo la lluvia. La rescató de la melancolía más profunda que solo el abandono produce. De esa forma en la que solo los amigos y la familia son capaces de rescatar. Sin preguntar, simplemente estando.
Lamentó como si fuera suyo el dolor que debió experimentar. Quiso abrazarla en la distancia. Consolarla y darle ánimos. Pero no pudo. No se conocían.
Verónica esperó lo inesperable. Se mordió los labios y los dedos mientras contaba los días para conocerla. Sabía que tenía que esperar. Carolina tenía muchas cosas que llorar y muchas cosas por las que dolerse. No le importó. Siempre sintió el amor que le procesaba a Carolina como algo puro. Ella quería, por encima de todo, que Carolina estuviera bien, que encontrara su sitio y tuviera paz.
Hasta que llegó el día en que los astros se alinearon. Ese momento en el que se activo el interruptor en la cabeza de Ana. En el que todas aquellas preguntas, que Verónica había hecho sobre Carolina resonaron formando una idea. ¿Y si se conocían?
Verónica dejó que Ana pensara que había sido idea suya. Dejó que su amiga se creyera la autora de una obra que no era suya. La dejó porque lo necesitaba. Verónica había esperado demasiado tiempo. Había querido demasiado a solas y demasiado en la distancia. Simplemente, Verónica no quiso esperar más.

Cuando Verónica acabó de relatar su historia, Carolina retrocedió levemente un pie. Abrió la boca mínimamente para decir algo pero no emitió ningún sonido.

- Aquel día en el teatro – prosiguió Verónica – vi como te escondías en tu silla. Te vi mirarme entre el público una vez más. Sólo que esa vez si que fuiste consciente de mi existencia.

Se hizo un silencio entre ambas. Las lágrimas rodaron por el rostro de Verónica libres por fin de tanto secreto. Una parte de ella se sintió aliviada a pesar del dolor que sentía en el centro del pecho.

- Después ocurrió todo lo que ya conoces.

Verónica hizo un ademán de acercarse a Carolina. Extendió un brazo para rozarle una mano sin ningún éxito.

- ¿Me has mentido? – consiguió decir Carolina.
- No. Todo lo que hemos vivido juntas ha sido sincero – dijo Verónica cruzando los brazos -. Quise contártelo mucho antes, pero…
- Te acostaste conmigo como si me acabaras de conocer.
- En cierta manera te acaba de conocer, Carol.
- ¿Tú sabes lo escalofriante que suena todo lo que me acabas de decir? ¡Por el amor de dios, es una locura!

Carolina se dio media vuelta con cara de indignación, sintiéndose completamente indispuesta dentro de su propia piel. Sintió náuseas recordando todos los estados emocionales que había experimentado en los últimos días. Viéndose a si misma como víctima de un juego calculado. Una presa cayendo víctima de una trampa tramada con estrategia.

No te conozco, Verónica, no sé quién eres – dijo Carolina con frialdad.
- ¿Cómo qué no? Esto no cambia nada.
- Claro que sí, esto lo cambia todo – respondió Carolina tajantemente.
- ¿Y a ella si la conoces? ¿Acaso lo que tienes con ella es más cierto que lo que has tenido conmigo todas estas semanas? – preguntó Verónica con indignación.
- No sé si será más cierto pero por lo menos es real. Julia y yo tenemos un pasado, una historia que existió. Yo solo soy para ti una imagen que existe en tu cabeza, Vero. Lo que sea que hayas inventado en dos años.

Aquellas palabras se clavaron en el interior de Verónica. Le dolieron como puñales.

- Por lo menos yo soy sincera conmigo misma. Siempre lo he sido. No como tú. ¿O te vas atrever a mentirme a la cara? ¿Me vas a decir que no? ¿Que tú no te has pasado este último año imaginado como volvía a tu vida? Lo habrás hecho cientos de veces como hacemos todos.
- ¿Eso lo sabes por intuición propia o porque te has dedicado a acosarme?

Verónica abofeteó a Carolina. Le cruzó la cara sin pensarlo. Por puro impulso. Carolina se tocó el rostro, encendida por la discusión y algo arrepentida por lo que acaba de decir. Aún así, Carolina no dijo nada. Ya no quería hablar más. Tenía demasiado en lo que pensar para saber que sentir o que expresar.

- ¿Lo ves? La culpa es mía. Se me olvidó que eres una cínica. Que tú sólo crees en lo que puedes tocar. Tú no crees en el amor que no entiendes. Sólo te cebas de lo que no compartes. Pero no te preocupes, ya no tendrás que volver a verme jamás.

Verónica dio media vuelta y se fue. Lo hizo sintiendo cada letra de su última frase. Consciente de la magnitud de su dolor. Consciente de que no podía arreglar nada de lo que acaba de ocurrir. Por eso no luchó. Solo se marchó.
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Escrito por Fusaa


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